En unas semanas en España volveremos a celebrar elecciones generales. Y, sopesando el verbo a utilizar, siento nostalgia y desencanto. Porque en un país como el nuestro, en el que sabemos lo que es perderla, deberíamos de verdad estar celebrando la democracia. Sin embargo, lo que siente la mayor parte de la población es hastío y desilusión.
Teniendo en cuenta que la principal función de la política es la regulación de la vida colectiva y la canalización de la participación y representación ciudadana, es ciertamente una falta de responsabilidad que sumemos ya más de 160 días sin gobierno por la incapacidad o falta de voluntad de los líderes de los principales partidos de llegar a un acuerdo.
Según la encuesta de septiembre del CIS, las principales preocupaciones de la sociedad española son el paro, la política y los problemas de índole económica. Pero no solamente estamos permitiendo un vacío de gobierno sino, además, que buena parte de los 350 componentes del Congreso vayan a cobrar una indemnización que supone un gasto global que supera el millón y medio de euros.
Sabiendo que a esto sumamos el coste de las elecciones generales del 10 de noviembre, estimado en 140 millones de euros, los mensajes son contradictorios y me pregunto cuáles son realmente nuestras preocupaciones y prioridades. Porque resulta chocante estimar el gasto de la incapacidad de formar un gobierno en unos 141 millones de euros (en un país en el que 1 de cada 3 menores vive en riesgo de pobreza y exclusión social y siendo el tercero de la UE con mayores tasas de pobreza infantil) y que no pase nada.
Desde luego la clase política es responsable de esta situación. Pero, si los partidos nos representan y nosotros no alzamos el grito ante lo que sucede, ¿no estamos aceptando y consintiendo con nuestro silencio?
Se le atribuye a Platón haber visionado que «el precio de desentenderse de la política es el ser gobernados por los peores hombres». Ojalá no lo permitamos. Ojalá asumamos nuestras responsabilidades. Ojalá seamos conscientes del impacto de nuestras acciones y nuestros silencios. Y ojalá nuestros actos sean coherentes con nuestros sentimientos.