Puede que esta situación no te diga nada porque no sales de España, o quizás solo te pasas el día en el extranjero por turismo, por trabajo o visitando a tus amigos erasmus. Después de muchos años, por fin la caída del roaming es una realidad. Podrás llamar a tus contactos y navegar por la red sin un sobrecoste desproporcionado. Sin duda, todo son ventajas.
Salvo para las compañías de teléfono, el deseo de que está barrera cayese era unánime. Quizás la única sorpresa de esta noticia es lo que ha tardado en aplicarse. Es complicado imaginar una Europa unida si no facilitamos en ella la comunicación entre las personas, si mantener -o mejor dicho- estrechar los vínculos nos sale demasiado caro, o si la fluidez de ideas y sentimientos tienen que pagar un peaje de otra época. La caída del roaming refleja la mejor cara de Europa: la de las libertades, la creadora -y facilitadora- de vínculos y la que sueña una civilización en paz que cierra muchos siglos de sangre y odio.
El problema es que esta versión de Europa tiene que convivir con la otra, con la del roaming vital. La de las identidades que se forjan demonizando al otro. La de los separatismos en nombre de tantas lógicas que exaltan la diferencia. La de las barreras, internas y externas. La de los visados de primera y de segunda. La de los muros que se hacen más fuertes entre los países de la UE.
Ojalá que la mejor versión de Europa no surja solo cuando nos conviene. O cuando haya dinero de por medio -y beneficios para todos-. Quizás cuando nos pueda el miedo, el egoísmo y los prejuicios, será el momento de recordar qué Europa soñamos construir y qué valores queremos transmitir a las generaciones venideras. Por supuesto que será más fácil, porque ya no habrá roaming.