A veces uno piensa que esta vieja Europa está viviendo algo así como lo que fue el declive del imperio romano. Quizás voy a caer en el estereotipo y los historiadores matizarían mucho. El caso es que uno tiene la impresión de que la Roma que conquistó aquel mundo antiguo era pujante, ambiciosa, llena de figuras que soñaban a lo grande. Luego vinieron siglos de lenta transformación, y ya al final una época de decadencia.

Mientras, al otro lado de las fronteras, otros pueblos emergentes, con todo el futuro por construir, pedían turno. Y lo ganaron por la fuerza de su necesidad, su ambición y sus convicciones. Digo esto porque ver a nuestra Europa occidental perdida en juegos de salón mientras el resto del mundo vive intemperies y avances, al menos asusta. Tenemos políticos que se han especializado en problemas de humo, en magnificar temas locales e ideológicos, quizás porque dan por sentado que vivimos suficientemente bien. Somos sociedades envejecidas por los años, preocupadas por ficciones o anestesiadas por el bienestar. Sociedades que han convertido la lucha en enfermedad y todo lo psicologizan. Sociedades que ni empujan, ni solucionan problemas. Solo viven de las rentas de lo que otras generaciones, mucho más capaces de sacrificarse, consiguieron. Sociedades que conjugan de maravilla la exigencia y el bienestar, pero no quieren oír hablar de renuncias o costes. Sociedades donde el egoísmo se ha vuelto ceguera, exclusión y frontera. Sociedades tan ensimismadas que ni siquiera comprenden que necesitan savia joven.

Lo de Rusia en Ucrania puede demostrar que Europa, a no ser que de verdad esté dispuesta a unirse y a pagar el coste de sus decisiones, ya no sabe hacer nada más que amenazar con declaraciones sonoras y promesas de sanciones que luego no sabe llevar hasta el extremo. Y que conste que ojalá me equivoque. Y ojalá la «guerra económica» sea una alternativa viable a la violencia -aunque desgraciadamente terminará haciendo sufrir a los mismos-. Ojalá los hechos que están por venir hablen más de solidez que de pusilanimidad.

Pero, si no me equivoco, si seguimos atascados en este «sentimiento lánguido de la vida», si de veras la vitalidad y la pujanza están en otro sitio… seguirá el lento desvanecerse. Lo más trágico es que probablemente falten aún algunas décadas hasta que, mirándonos al espejo, solo veamos fantasmas de ayer.

Te puede interesar