Es difícil ya-en este contexto en el que nos movemos, (no en todos)- concebir un mundo sin conexiones inmediatas que permiten estar al día de lo que ocurre. Tiene bastantes ventajas esto de la inmediatez y de la posibilidad de que cualquiera pueda publicar, opinar, y polemizar… pero también tiene algunas trampas. Entre las peores, la agresividad que se nos va colando. Cada año parece mayor la capacidad de olvidar a dónde condujeron -en muchos contextos- los radicalismos y descalificaciones del «otro». Va gestándose, lenta pero implacablemente, un espíritu de combate, de linchamiento, una guerra de declaraciones, un fuego cruzado cargado con desprecios, revanchas e incomprensión de quien piensa distinto, cree distinto, ama distinto.
Por eso, hoy, más que nunca, hace falta resistir. Una resistencia firme, pero lúcida. No añadamos más pesar a las cargas de un mundo desquiciado. Aplaquemos el retumbe de los tambores del odio. No añadamos ni una brizna de amargura al coro de los desafectos. No nos dejemos embarcar en la flota de los furiosos. La cólera solo nos hará naufragar. Y nosotros nacimos para volar. Echemos, pues, a volar la ternura. Y no nos dejemos envolver por quienes, cargados de odio o prejuicio, no quieran alzar el vuelo. Quizás algún día consigamos que nadie elija quedarse en tierra.