Según iba escribiendo su frase decidí que me guardaría aquel folio que Alfonso había cogido perfectamente con su mano derecha, antes de doblarlo por la mitad y depositarlo sobre la mesa según mis instrucciones, las del sencillo cuestionario que usamos en la consulta para valorar el deterioro cognitivo. Últimamente Alfonso tenía más despistes que de costumbre, me alertaba su preocupada nieta días antes. No tantos como para perder la ocasión de recordarme, aprovechando la ocasión que le brindaba, de que a él lo que le inquietan son sus cervicales.
La caligrafía temblorosa de Alfonso y su ortografía de corto paso por la escuela son, en cambio, firmeza en estos tiempos de incertidumbre y sabiduría de la que ha sido revelada a los más pequeños. Puede parecer noticia ahora la crisis inocultable de la Atención Primaria de salud en España, pero a nadie debería sorprenderle, después de tantos lustros postergando una apuesta decidida por esta especialidad médica. La ya antigua escasez de vocaciones a médico de cabecera, referente social que se ha ido degradando, ha terminado por desembocar en la dificultad para cubrir estos puestos de trabajo y cuesta imaginar qué nos sucederá a los que aún resistimos en nuestros consultorios, muchos de nosotros en pueblos realmente alejados, no solo en kilómetros, de donde se toman las decisiones.
Acaso lo primero debiera ser recuperar el ánimo de los que, cada mañana o cada tarde, o en esas largas guardias de fines de semana y festivos, recibimos a tantos como Alfonso, con sus olvidos y sus dolores articulares a cuestas. En el pulso frágil con que sostienen el bolígrafo, que en silencio nos pide ciencia y caridad, está el refugio que, más que nunca, los médicos necesitamos. Un lugar donde poner a salvo la Medicina auténtica, la que no cabe en pantallas ni en pancartas, la que desmonta punto por punto la vacía palabrería de tantos planes de gestión, la que sirve a la vida con veneración de modo que la conciencia objeta ante las leyes, la que aprende cada día en cada enfermo como si fuera la primera vez que alguien se queja de sus cervicales.