Puede que a ti también te pase, pero cada vez que leo las noticias sobre Cataluña me entra cierto nerviosismo. Supongo que para algunos será rabia o expectación, para otros tristeza y para los menos indiferencia. En cualquier caso bastante preocupación. Es una pena ver que el parlamento catalán –llamado a ser lugar de búsqueda del bien común– acaba en caras de enfado y bochorno político. Da rabia ver que las redes sociales –cuyo fin es comunicarnos mejor– se convierten en escenarios de ataques que llegan a lo obsceno y cada rueda de prensa o acto público se vuelve un discurso violento con mucha palabra y símbolo y poca escucha. Y sobre todo la sensación de que la división avanza irremediable y dolorosamente no solo entre periodistas y políticos, sino entre amigos, compañeros e incluso familias.

Sé que es un problema complicado y que personalmente no soy objetivo. Que me pueden mis orígenes, mi ideología y mi ubicación geográfica. Que no es lo mismo hablar desde Madrid que desde Barcelona. Pero hay dinámicas que no ayudan en esta situación tan atípica. Estemos en el lado que estemos. No vale culpar al otro de todos los males, porque ya no somos niños. No vale dejarse llevar sólo por el afecto, porque ni somos adolescentes ni estamos viendo un partido de fútbol. No vale pensar que hay buenos y malos, que todo es blanco o negro. Pienso en tanta gente invisible que no lo tiene del todo claro, que siente que esta situación no es buena pero ninguna de las posturas le agrada y sufre muchísimo esta incertidumbre en silencio por miedo a llevar la contraria. Tampoco vale mirarnos entre regiones con desprecio o indiferencia, porque menospreciando la cultura ajena despreciamos al otro y emerge nuestra propia soberbia. Y sobre todo, no es evangélico tratar al otro como enemigo, cuando en el fondo es hermano y en cualquier caso vecino. Y esto se demuestra con palabras, obras y decisiones. Porque de lo contrario acabaremos en un callejón sin salida en la que cualquier camino parece malo y ya estamos en un mundo suficientemente herido como para hacernos más daño.

El futuro se construye sobre el presente. Un hoy que determinará insoslayablemente el día de mañana, y conviene subrayar que ni el desprecio, ni la sordera, ni la incomprensión construyen una sociedad mejor. Y por ahora, a no ser que cambien mucho las cosas, esta situación recuerda bastante a la torre de Babel, donde la ambición y el egoísmo hicieron de la pluralidad un problema, cuando en el fondo las diferencias pueden ser una riqueza y una oportunidad para crecer. Nadie sabe lo que va a pasar en este choque de trenes, pero sentir que este problema nos duele, en parte significa que el otro nos importa, y quizás este puede ser este un buen punto de encuentro.

Te puede interesar