Es imposible que no nos preocupe la situación de la política española. Y digo política, porque es verdad que hay problemas tan gordos como invisibles que normalmente no suelen defenderse con banderas ni aparecen en los telediarios, pero el españolito de a pie no se saca los ojos ni va a la gresca cada día. Tampoco insulta frecuentemente ni se mete con la familia ajena ni tiene líos con la justicia, ya sea de izquierdas o de derechas. Es más, la gente es amable, sonríe cuando puede y hasta cuenta chistes si lo sabe hacer. Y es que una cosa es la España de los medios de comunicación, de las redes sociales y de nuestros políticos, y otra muy distinta la España real, sin espectáculos raros, la que vivimos, disfrutamos, amamos –y en parte algo padecemos– la inmensa mayoría.

Y tanta polarización nos recuerda lo mal que se nos da a los ciudadanos de a pie –y el daño que nos hace– movernos en la tensión horizontal, algo tan propio y tan nuestro como el buen jamón, las procesiones de Semana Santa y Don Quijote de la Mancha. Es la obsesión por separar que va y viene de norte a sur, del centro a las periferias, de católicos a ateos, de derechas a izquierdas, de monárquicos a republicanos, de Madrid y Barça y que llega hasta de tortilla de patatas, con o sin cebolla.

Pero frente a la sobredosis de polarización, el remedio no está en la equidistancia. Ni pasa por estirar el chicle ni por quedarnos ciegos ni por darnos de garrotazos. La solución radica en ir a lo profundo, a la tensión vertical, donde la emoción calla y la verdad gana peso. Como una conversación íntima, de corazón a corazón, como cuando alguien quiere hacer las paces con una persona a la que quiere, donde la escucha quita el protagonismo al histrionismo y donde las pancartas y el resentimiento que tanto nos desgasta dan paso a la concordia y a la reconciliación, y donde todo puede acabar con un buen abrazo.

En definitiva, es asumir que lo que nos une es mucho más que las diferencias que unos cuantos intentan exagerar porque, no lo olvidemos, a río revuelto ganancia de pescadores.

 

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