La fuerza de la palabra

«Tú eres mi escudo y mi refugio, yo espero en tu palabra» (Sal 119)

Y es que tu palabra, viva en Jesús, susurrada por tu espíritu, recogida en la Biblia y transmitida en la historia, no deja de ser como un río embravecido que se puede saltar cualquier defensa. Una parábola que atraviesa el tiempo para hablar de mí. Una declaración de amor que me sacude, porque siento que acuna mi flaqueza. Un grito de envío que me lanza a las gentes, para curar, compartir y amar… Una revelación que ilumina mis incertidumbres o que me llena de alegría. Por eso te pido que me ayudes a seguir escuchando. Para que no te me conviertas en hábito o ruido de fondo. Para que tu evangelio sea siempre buena noticia que habla de los otros, de ti, de mi, de todo…

¿Qué luces me ha dado el evangelio en los últimos tiempos?
¿Qué palabras, parábolas, personajes, historias, siento que entroncan especialmente con mi momento presente?

Amo amor

 

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!

 

Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!

 

Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!

 

Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!

 

Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!

 

(Gabriela Mistral)