Una de las imágenes de mayor devoción de España es la de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Madrid, el popular Cristo de Medinaceli. Esta imagen tiene la peculiaridad de ser conocido también como el Divino Redentor Rescatado (nombre con el que se le venera en muchas partes de nuestro país en las que se encuentra extendida su devoción). Esta advocación parece una contradicción, puesto que, si es el Redentor (que no es otra cosa que el libertador o el rescatador), ¿cómo puede ser rescatado?
El origen de esta advocación está en que esta imagen (realizada en Sevilla, en la órbita del imaginero Juan de Mesa) fue llevada a Mámora (Marruecos) por los capuchinos, para que fuera venerada allí. Al caer la ciudad en manos de los musulmanes, la imagen del Cristo fue apaleada por las calles, quedando posteriormente requisada. Más tarde, la imagen sería rescatada junto con otro grupo de prisioneros cristianos, por la Orden de los Trinitarios, por el precio simbólico de treinta monedas. De ahí el nombre del Redentor Rescatado y el hecho de que esta imagen porte siempre el escapulario de los trinitarios. El Cristo fue después trasladado a Madrid, instalándose en una capilla sufragada por los duques de Medinaceli. Siglos después, durante la Guerra Civil española, la imagen fue enviada a Ginebra junto con otras obras de arte que debían ser rescatadas de la contienda. Allí la encontró Manuel Arpe, uno de los restauradores del Museo del Prado, quien cuenta que al reconocer que esta ‘obra de arte’ era Jesús de Medinaceli, tiró una tiza al suelo para, al recogerla, poder inclinarse ante él.
Vista la imagen de Jesús de Medinaceli y conocida su historia, es fácil darse cuenta de lo que esta imagen quiere decirnos a nosotros, cristianos del siglo XXI. Lo primero, es que Jesús, el Redentor, sigue esperándonos en todos aquellos que necesitan ser rescatados de su situación de pobreza, marginación, tristeza, soledad, adicción, etc. Él, nuestro Salvador, nos espera en ellos y nos recuerda que cada cosa que hicimos a estos, los más pequeños, «conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Lo segundo, está muy relacionado con lo anterior y con la anécdota de la tiza. Y es que, muchas veces el Señor está en aquellas situaciones y personas que tendemos a tratar como si fueran anodinas. Él nos espera allí donde otros no lo ven, para que, gracias a la ayuda de los ojos de la fe, podamos decir con Jacob «verdaderamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía» (Gen 28, 16).