Expresión que se usa cuando alguien demuestra con evidencia su dolor, malestar, rabia, o indignación. Pero llega un momento, como el que estamos viviendo, en el que la evidencia de indignación es casi inalterable. Lo palpamos en nuestra vida y en todo lo que nos rodea. Nos lo transmiten nuestros amigos y compañeros. Lo escuchamos de manera constante en todos los medios.

 Nos acompaña como el sonido de las olas rompiendo en los acantilados en los días de tempestad. El sinsabor de muchas personas por la vida, la cual está siendo demasiado difícil. Cuando se ven obligados a salir con lo puesto, abandonando todas sus posesiones, todo lo que su familia había conseguido tras generaciones de trabajo por defender su vida y la de sus hijos. O aquellos que, postrados en la cama, se sienten abandonados al depender de otro siempre. O quien tiene que recoger todas las mañanas los cartones del cajero que está enfrente del que fue, antes del desahucio, su hogar. O aquellos que gastan sus mañanas en la cola del paro y las tardes buscando trabajos. O…

 ¡Ya está bien! Esto es lo que gritan nuestros corazones. ¡Ya está bien de tanta injusta justicia! Es entonces cuando deseamos rasgarnos las vestiduras, y abrirnos hasta el corazón para dar vida en todo lo que nos rodea, dar esperanza en este mundo roto. Es ahora cuando Dios se hace más presente en nuestra realidad; cuando de verdad comprendemos el corazón de Dios y por qué tomo la determinación de la Encarnación. Podemos acercarnos al sentir de Jesús ante tanta incomprensión. ¿Cuál fue la solución de Dios? Enseñarnos con su Hijo hasta qué punto apuesta por nosotros en su promesa. Y Jesús, ¿qué hizo? Morir para dar vida. ¿Qué puedo hacer por ti Señor? ¿Qué me pides para ayudarte? ¿Cómo puedo dar vida hoy?

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