Estamos aún intentando asimilar lo que pasó antes de ayer en Valencia. Dos edificios y centenares de familias que han reducido sus sueños y sus vidas a cenizas en cuestión de minutos. Ante este hecho, los seres humanos intentamos echar la culpa a alguien, buscar alguna explicación para poder quedarnos más «tranquilos», cuando la realidad es que hay veces que las cosas que pasan y que no entendemos, no tienen explicación. Y entonces es cuando aparece Dios en la ecuación. Y es cuando le echamos la culpa a Él y nos preguntamos cómo puede permitir que ocurran estas cosas, cómo permite tanto sufrimiento, tanto daño, tanta muerte.
Entramos en bucle y, si no lo sabemos controlar, en una crisis de fe: ¿y aquí, dónde está Dios?
Dios está en cada gesto de cariño, en cada mensaje enviado a nuestros seres queridos para confirmar que están bien, en cada falla, asociación del barrio, grupos scouts, colegios y gestos de caridad individuales que han aparecido en cuestión de horas. Está en las personas que se han jugado la vida para salvar a otras, en los equipos de apoyo, psicólogos, forenses, trabajadores sociales y personas voluntarias que dedican horas para actuar lo más rápido posible y ayudar al prójimo. Y por supuesto en la oración, en el silencio acompañado y en las preguntas al cielo, en aquello que nos llama a amar desde la distancia.
Seamos lúcidos, Dios no genera el sufrimiento, Dios lo acompaña. Sentirnos llamados y ser capaces de acompañar el sufrimiento, quizás es lo que se nos pide en este tiempo de Cuaresma.