Leo con sorpresa que varios jóvenes raperos, sobre todo norteamericanos, han fallecido con una edad que rondaban los 20 años. Chicos jóvenes, con talento, encumbrados a la fama por sus letras y sus versos, terminan sus vidas, antes de tiempo, sumidos en enfrentamientos violentos o como consecuencia de los efectos de las drogas.

Me sorprende y me duele por varios motivos. El primero y principal es por la muerte de estos chicos jóvenes que se han dejado llevar por la fama. Fama que aparece como un gran tsunami y que arrebata todo lo que tiene alrededor. Chicos con 19 y 20 años recibiendo millones de euros y que son seducidos por los cantos de sirena que les conducen a los aviones privados, fiestas selectas o coches deslumbrantes. Olvidan que la vida tiene sus tiempos, exigencias y requisitos. Que no todo es tan fácil y gratuito. Y que, si es así, hay «gato encerrado».

En segundo lugar, me duele que las mismas discográficas sean las que piensan en ellos como diamantes en bruto que hay que explotar. Me pregunto si su código deontológico les obliga a acompañarlos en los malos momentos, a contrarrestar los errores juveniles o a impedir que escojan caminos equivocados o, por el contrario, les animan a entrar en esa maldita espiral que les lleva a la perdición y la muerte. Si el dinero está por encima de las vidas, «apaga y vámonos». Me cuestiona el hecho de que esta sociedad el talento se pueda llegar a convertir en una condena.

Por último, me duele profundamente que el rap, género musical que triunfa entre los jóvenes, se vea ensombrecido por las drogas y las disputas violentas. La creatividad sin límites de los versos que surgen en las batallas de gallos, las horas improvisando en los parques o la búsqueda de la mejor rima sobre un papel mil veces rallado, son los mejores ejercicios mentales para ser creativo y constructivo con una base musical. La finura de análisis del MC (cantante de rap) es digna del mejor filósofo social, aunque, a veces, sus pantalones anchos, sudadera con capucha y gafas de sol pueda despistar.

Tener talento es un don recibido. Cuidarlo una responsabilidad. Pero acompañar a quien lo tiene debería ser el compromiso que todos los que formamos esta sociedad deberíamos asumir. Cuidar de la cultura es un bien para todos.

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