Circulan los tiktoks de un chico joven que trabaja desde los dieciséis para sostener económicamente a su madre y a su hermana. Plantea una serie de preguntas para el joven que, al contrario, vive en una familia con recursos y sin embargo desaprovecha las oportunidades dadas. «¿Por qué dejas el instituto? ¿Por qué te dejas el dinero de tus padres en porros, en beber y en fiestas? ¿Por qué pretendes que tienes calle?»
Son palabras que deberían interpelar a todos los de mi generación. Es cierto, hay una concepción cada vez más generalizada de que «mola tener calle». Está de moda aparentar ser el más chulo del barrio, jactarse de estar presente en mil movidas y ufanarse de no saber nada.
Denunciaba Arturo Pérez-Reverte –que está difundiendo el testimonio de este chico– que nunca se alardeó tanto de incultura. Si antes los analfabetos intentaban aprender, ahora se presume de ignorancia y vulgaridad. «Los analfabetos de hoy son los peores, porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación –decía Jesús Quintero aludiendo a este fenómeno– leen y escriben, pero no ejercen». Tenemos infinidad de recursos al alcance de nuestros dedos, pero preferimos devorar series de Netflix, reels de Instagram y vídeos de nimiedades en YouTube que provocan la risa fácil.
Lo importante es pasárselo bien, estar constantemente entretenidos, consumir sin límites e inhibirse de la realidad. Anteponemos el placer inmediato a la plenitud duradera.
La prioridad de este chico es bien distinta. Para él, «calle es cuidar a tu familia». Y si vienen mal dadas, «no hay que tener excusas, hay que seguir p’alante». Ojalá el resto tuviéramos las cosas tan claras.