Lo saben los dictadores de derechas y de izquierdas cuando llegan al poder, los nacionalistas –de una bandera y de otra– cuando discuten cada acontecimiento histórico, cada cartel o cada libro de texto, las órdenes religiosas cuando ya hace varios siglos intuían que era el mejor camino para formar buenos ciudadanos y lo sabe toda persona medianamente leída que asume que la educación es la herramienta ideal para transformar cualquier sociedad, tanto para bien como para mal. Sin embargo, al mismo tiempo que se descubre el poder de un buen maestro surge el miedo a la diversidad y a que haya diferentes modos de educar, pues a menudo desconfiamos del que no comparte estilos, valores e idearios. Es simplemente la tentación del pensamiento único –por cierto, bastante poco democrático–, y es que la pérdida de la diversidad es una gran pérdida para el conjunto.

Resulta contradictorio –por no decir dramático– que el debate de la educación siempre desemboca en la religión y en la educación concertada, pues no podemos apostar por la diversidad necesaria mientras ahogamos todo lo que huele a distinto. Es muy injusto pensar que unos educan y que los otros adoctrinan, y por desgracia esto está muy presente en bastantes de nuestros políticos. Esta idea lleva a intuir que la educación no es entendida en ocasiones como una herramienta de cambio, más bien como un arma para hacer política, redirigiéndonos con cierta insistencia a un kilómetro cero del que no logramos escapar.

A mi me gusta que se apoye la educación pública y que se ayude principalmente a los que menos oportunidades tienen, pero eso no significa que se discrimine a los otros y no se valore el trabajo encomiable de padres, alumnos y profesores de la educación concertada que en muchos casos llevan a cabo su vocación docente de forma modélica y ejemplar, y cuyo éxito repercute en el conjunto de la sociedad. Aunque no se quiera ver, la educación concertada tiene más incidencia entre la población más vulnerable de lo que parece y olvidarse de ello conlleva consecuencias dramáticas para los alumnos y las familias que más lo necesitan.

El deseo de hacer el bien y mejorar la sociedad no es solo patrimonio de unos pocos. La educación de calidad es un bien universal, y como tal requiere que el apoyo llegue a todos los segmentos de la sociedad, no solo en lo socioeconómico, también a los que piensan diferente. La actualidad no deja de recordarnos lo importante que es el respeto a la diversidad en cualquier ámbito de la sociedad, es una pena que cuando hablamos de religión y de educación, a muchos les cuesta entenderlo.

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