Querido fray Pablo:
No sé si algún día te llegará esta carta, pero siento que debo escribírtela en cualquier caso.
No sabía nada de tu existencia hasta que hace unos días leí en prensa que un joven de 21 años con un cáncer terminal iba a hacer la profesión solemne como Carmelita Calzado in articulo mortis. Inmediatamente entré en la noticia y me encontré con una breve síntesis de tu historia. Me quedé sin palabras.
¿Sabes? tú y yo, sin conocernos, compartimos algo que nos une mucho. No, afortunadamente, yo no estoy enferma. Pero también soy joven y he decidido ser Carmelita Descalza. Por eso cliqué rápidamente sobre el titular, porque me resultó inevitable pensar que la persona al otro lado de la pantalla podría ser yo. Joven y a las puertas de la Orden del Carmen… ¡no somos tantos!
Intenté ponerme en tu situación y un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Qué haría yo si supiera que me quedan pocos meses de vida? ¿Pediría poder profesar como has hecho tú, o dejaría que todas las dudas sobre un futuro incierto como religiosa ganaran la partida? ¿Me abrazaría a la cruz como tú dices haberte abrazado, o me rebelaría y gritaría sintiéndome víctima de una enorme injusticia? Supongo que de una futura Carmelita Descalza cabría esperar lo primero en ambos casos. Pero, sinceramente, no lo tengo nada claro.
A pesar de que me devora el miedo al saber que yo podría estar en tu misma situación y me aterra darme cuenta de que no pondría la mano en el fuego por mi reacción, hoy brindo por ti. No sé cómo actuaría yo, pero sé que me alegra enormemente y me llena de profunda esperanza que tú actúes como lo estás haciendo.
Tu decisión es humanamente incomprensible. Nos remueve tu entereza y tu aceptación. Tu sonrisa serena y tu ‘sí’ a Dios cuestionan nuestras certezas. No hay ni una pizca de idealismo en tus palabras. Como Jesús en Getsemaní, estás ahora dispuesto a hacer la voluntad del Padre. Esa intimidad con Dios no se improvisa, la has ido cociendo a fuego lento a lo largo de tus años de enfermedad.
Nada ni nadie te arrebata la vida, fray Pablo. Eres tú quien acepta entregarla y lo haces feliz y con paz, habiendo entendido eso que muchos no consiguen entender nunca: que de Dios venimos y a Dios vamos. Y lo de en medio… es sólo el viaje. Un viaje que hay que disfrutar y agradecer, porque no sabemos si vamos en AVE o en regional.
Querido fray Pablo: gracias por tu testimonio y por tu vida.