Tras unos meses de acumular papeles en mi habitación y tareas pendientes en la agenda, por fin me he decidido a poner un poco de orden en mi vida. No sin mucho esfuerzo los libros apuntes y papeles varios que pueblan mi mesa van encontrando finalmente su lugar en algún rincón de mi cuarto. A medida que la montaña de papeles va disminuyendo recuerdo por qué quise sepultar lo que había debajo, y me entristezco. Poco a poco van apareciendo los abrazos que no he dado en estos meses, el perdón que no te supe pedir, el consuelo que no quise acoger, la caricia que no me atreví a ofrecer y las sonrisas que me guardé para después. ¿Y ahora dónde meto toda esta vida que me he reservado solo para mí?
 
De nada me vale acumular los minutos de mis días para otro momento, no puedo esconder mi corazón en el fondo del cajón porque cuando me haga falta puede que ya no lo encuentre. La vida está para ser vivida, pero además tras la Pascua puedo afirmar con seguridad que la vida, mi vida, solo es vida verdadera cuando la entrego, cuando no le guardo para mí. Durante la Pasión te he visto dar la vida por tus amigos, dar la vida por mí. Te he visto morir en la Cruz y allí donde todos esperaban fracaso y pérdida Tú has dado vida en abundancia.
 
Yo también quiero seguirte, quiero entregar mi vida por otros, quiero ser semilla que cae en la tierra para dar fruto. Pero me da miedo porque sé que no es un camino sencillo, tu Cruz sigue siendo hoy signo de escándalo y necedad en el mundo. Sigo confiando en mis propias fuerzas en lugar de aceptar mi fragilidad y ponerla a tu servicio, reconociendo que en mi debilidad reside tu fuerza. Me descubro buscando los primeros puestos en vez de hacerme, como Tú, siervo de todos. Pero no me desanimo, no me detengo, sigo confiando, sigo caminando, sigo viviendo, sigo amando. Sigo pidiendo que en este tiempo de Pascua nos envíes tu Espíritu de contradicción.
 
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