Comenzamos de nuevo la Cuaresma y, casi de modo automático nos viene la pregunta de «¿qué podemos hacer?». Es algo que se repite de manera personal, comunitario, parroquial, o institucional. Enseguida comenzamos a pensar en propósitos, en acciones solidarias, en quitarnos de cosas que nos sobran, y en tantas otras cosas.

Sin quitar el valor a todos estos gestos y actos concretos, lo cierto es que creo que quizá podríamos completarlos con una pregunta de fondo. Esta no es tanto ¿qué me sobra? O ¿qué puedo quitarme?, sino que más bien pone su quid sobre el «¿qué me falta?»

Y es que, creo que muchas veces vivimos nuestra vida desde una carencia fundamental inconsciente que nos hace intentar rellenar ese hueco con otras realidades que no calman nuestro anhelo profundo. Así, pensamos en hacer tantas cosas y en lograr tantas metas. Pero, la realidad es que, al conquistar nuestros objetivos, nos sentimos vacíos y necesitamos emprender otros nuevos que, lejos de aliviarnos o unificarnos, nos desasosiegan y disgregan internamente. Tristemente, esta dinámica tan humana, traspasa también muchas de nuestras acciones como cristianos. Y así, al conseguir (o no) nuestros logros, nos sentimos tristes, vacíos, e impulsados hacia el activismo.

Por eso, creo que una pregunta fundamental que debemos hacernos en esta Cuaresma es la de «¿qué me falta?». Porque respondiéndola descubriremos por qué tenemos tanto miedo al silencio, a la soledad, a la desaprobación y al fracaso. Por qué pasamos tanto tiempo con el teléfono en la mano, mientras la vida pasa delante de nosotros. Por qué necesitamos llenar nuestro tiempo con mil cosas y entretenimientos que nos encierran en nosotros mismos y en nuestro círculo cercano. Por qué no somos valientes para arriesgar por los demás, y nos escudamos detrás de tantas excusas. Por qué en ocasiones sentimos nostalgia, tristeza, anhelo, sin saber de dónde vienen.

La respuesta a esta pregunta no está en hacer más cosas esta Cuaresma, ni en quitarnos de aquello que nos sobra. Sino más bien en descubrir que nos falta lo más importante: Dios. Nos falta el silencio cotidiano de la vida orante para descubrirlo. Nos falta la mirada contemplativa para encontrarlo en la realidad. Nos falta el deseo profundo de buscarlo y confrontarnos con Él. Nos falta tanto hacernos conscientes de su presencia. Nos falta decir «habla, Señor, que tu siervo escucha».

Quizá por ello esta Cuaresma merezca la pena detenerse a pensar ¿qué nos falta? Antes de ponerse a buscar ¿qué nos sobra? Para desprendernos de ello. Probablemente, debamos buscar más el silencio interior que el ruido de quien llena a amigos y conocidos de mensajes y pensamientos que ni siquiera ha meditado. Sin duda todo ello nos ayudará a ver después, desde la luz de ese Dios que nos falta y que tanto necesitamos, qué es aquello que nos sobra y de lo que debemos quitarnos.

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