Elimina todo lo que no te haga feliz. Deshazte de la gente tóxica que te carga de energía negativa. Tira lo que no uses. No ocupes espacio con cosas que no sean de tu agrado. Sé feliz, disfruta, céntrate en ti. Crea la vida que quieres. Que nadie te diga lo que tienes que hacer. Tú eres el dueño de tu vida. Medita, practica deporte, duerme bien, viaja, haz una cosa nueva cada día. No asumas cargas que puedan desgastarte, ni responsabilidades que te provoquen quebraderos de cabeza. No pierdas el tiempo. Has venido aquí para ganar. Ten claros tus objetivos y ve a por ellos rápido. No importa lo que te digan, ellos son el rebaño. Pero tú sabes lo que quieres. No lo dejes escapar. Sé feliz. Sólo importas tú.
Frente a este imperativo social, resulta muy difícil tratar de reivindicar el sentido de la Cuaresma. La Cuaresma es el tiempo litúrgico que la Iglesia establece como preparación a la fiesta de la Pascua. En esta fiesta se celebra que todo un Dios hecho hombre murió clavado en una cruz para salvar a la humanidad y que resucitó al tercer día y sigue vivo con nosotros.
La verdad es que es poco atractivo en una sociedad como la nuestra. Tal vez lo de la resurrección (si no lo hubiéramos escuchado tantas veces ya y no nos hubiésemos acostumbrado a ello) podría suscitarnos algo de sorpresa o incluso admiración. Pero desde luego, lo de morir dando la vida por otros, negándose a uno mismo con el único fin de cumplir la voluntad de Dios… como mínimo, cuesta de encajar.
Creo que la clave está en entender qué lleva a Jesús a negarse a sí mismo hasta terminar torturado como un malhechor. El final de la vida de Jesús no es el de un cobarde que no se atreve a imponerse. Tampoco el de alguien que se abandona por resignación o dejadez. Ni es el último paso de una pelea para ver quién es el más fuerte que termina con el rey de los judíos como perdedor. Jesús es dueño de su vida hasta el último momento. A Jesús no le arrebatan la vida. Jesús la entrega. Jesús, el Hijo de Dios, podría haberse descolgado del madero y haber dejado a todos con dos palmos de narices. Pero en vez de eso, decide callar, morir a sí mismo y entregarse. Por amor, por fidelidad al Padre que se lo pide. Ahí está el quid de la cuestión.
Jesús es capaz de darse cuenta de que cumplir con la voluntad de su Padre, serle fiel hasta el final, abandonarse en Su Amor, es lo que verdaderamente le da sentido a su existencia. Incluso cuando eso le lleva a pasar por una situación que –humanamente– nadie querríamos vivir. Sin embargo, ¿os imagináis una vida vivida con tanto sentido que ni siquiera una muerte injusta y terrible pudiera quitárselo? Yo la firmo.
Pidamos para que esta Cuaresma sea tiempo de conversión. Que nos convirtamos en ese tipo de personas que creen que la vida como respuesta a la voluntad del Padre es una vida que merece la pena ser vivida. Que sepamos escuchar qué quiere Dios de cada uno de nosotros y que nos atrevamos a vivirlo con todas las luces y sombras que ello acarree. Seguro que le da a nuestra existencia una mayor dosis de autenticidad y sentido que la comodidad de una vida exenta de problemas y repleta de comodidades.