Ya está. Ya se acabaron los exámenes. Es hora de salir ahí afuera y disfrutar del mundo. Aunque tengas que ir a las recuperaciones, no deja de ser el final. Luego ya es como una escena post-créditos. Pero ya ves que el curso se ha acabado.

Es el momento de las notas. El momento de refrescar una y otra vez la página de notas para ver si por fin la suben y que te suba el pulso cuando hay un mensaje nuevo en el grupo de clase. Pero, y cuándo lleguen las notas ¿qué? La propuesta para afrontarlas es sencilla: ante el éxito, humildad; para el fracaso, confianza; y siempre, y en todo, gratuidad.

Cuando nos llegue el sobresaliente, alegrarnos, claro, felicitarnos. Pero, a la vez, pensar en todos los que han puesto de su parte para que eso llegue. Tus padres, respetando tus horas de encierro y siendo comprensivos con tus reacciones cuando no han podido hacerlo, tus compañeros que de alguna forma u otra te han ayudado… Ser humilde y capaz de agradecer. Si llega el suspenso, seguir confiando en el esfuerzo, el trabajo, en que eres algo más que un número y un bache en el camino también es una oportunidad. Seguir confiando en los que están a tu alrededor y te apoyan. Y siempre y en todo, gratuidad. Ante el éxito, el fracaso, el final de curso, el verano, pide ser capaz de salir al encuentro de los demás, felicitar, ser el que apoya, planear, estar pendiente de la necesidad del otro…

Los exámenes son un paraguas, un escudo, que te ayuda a detener tu mundo, con el que te cubres para centrarte en ti y sacar el mejor resultado final. Y, a veces, es necesario. Pero ahora que han acabado, toca volver a ponerte en marcha, cerrar el paraguas y dejarte empapar por el mundo que te rodea.

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