Se acerca el final de curso, y toca preparar los exámenes. Cambio de hábitos. Los días empiezan a alargarse. Se espacian los encuentros con los amigos, que no está el patio para una vida social intensa. Aumenta la tensión en casa, y uno, que está irritable, parece dispuesto a saltar a la mínima ocasión. Empieza la letanía de deseos y propósitos: “ojalá hubiese empezado antes”, “el año que viene me organizo mejor”, “ojalá caiga este tema y no este otro”… Las fotocopiadoras echan humo de tanto completar apuntes. Las ojeras se van notando. Comienza el aprovisionamiento de café. A uno se le ocurren en estos días muchos motivos por los que podría dedicarse a otras cosas, y casi envidia la despreocupada vida de quienes no tienen que examinarse. Ahora, te dices con sorna, tenían que venir a decirme aquello de “qué bien viven los estudiantes”.

Y, sin embargo, quizás es también ahora cuando tiene más sentido dedicarle un instante, solo un instante, a recordar que esto de los exámenes es otra concreción de un privilegio. Que estudiar es una oportunidad que no está al alcance de cualquiera. Que, como canta Juanes, los libros para la escuela son el tesoro y el orgullo adquirido con mucho esfuerzo por familias empobrecidas de medio mundo, que reconocen la educación como la puerta a un futuro mejor. Es tiempo para decir: “Gracias por esta oportunidad”. Y para recordar que estoy construyéndome la vida, y así está bien. ¿Es un tiempo menos festivo? Bueno, por mucho que lo cantara Celia Cruz, la vida no es sólo un carnaval. Tiene sus momentos de mascarada y desmelene, pero tiene también sus tiempos de compromiso y exigencia, de responsabilidad y esfuerzo. Y quizás ahora el tiempo de los exámenes es de estos últimos, una etapa en la que toca tirar un poco más del carro. Es este un tiempo para comprender que en la vida cada proyecto, cada compromiso, cada objetivo que nos marcamos, puede requerir su dosis de entrega. Y así está bien.  Al final, entonces, la cuestión más importante no es si uno se agobia más o menos en este tiempo de estudios -allá cada quién con su carácter- Lo esencial es que aquello que haces te merezca la pena. Es entenderlo como parte de tu búsqueda de un lugar propio en el mundo. Es poder ubicarlo en el horizonte más amplio de tus metas, tus sueños, tu credo, tus proyectos y anhelos. Y que esos sueños te hagan capaz de luchar por algo que merezca la pena. Ni más ni menos. 

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