No es España un país que ande sobrado de ocasiones para unirse. Unirse razonablemente, suficientemente, no de forma unánime y homogénea, claro. Algunos dicen que somos un estado con poca nación, otros que una nación de naciones, otros que no se permite a las naciones ser estados… A menudo tengo la sensación de que tenemos tantas trincheras abiertas, que la cruz en este país sería como una vida tensionada, estirada por todas partes, en la que la energía de Jesús intenta poner concordia en medio de muchas contradicciones y polaridades. A veces parece que el único recurso sea callar, el silencio, volverse a los cuarteles de invierno y desentenderse un poco de todo.

Por eso creo que lo del Benidorm Fest fue un punto de partido perdido. Es verdad que no era la gran política, pero sí una pequeña oportunidad para no callarse, para cantar y bailar algo juntos, para poner a muchos –no a todos, repito– detrás de un himno bonito y popular. Representar a un país no es simplemente llevar su bandera en la mochila o en la muñeca, sino captar un pedacito bueno de su espíritu actual y ofrecerlo al resto. Creo que algo de eso eran Tanxugueiras o Rigoberta Bandini. La canción de Chanel –que, por supuesto, ninguna culpa tiene de haber ganado, salvo bailar estupendamente– representará a España, pero podría hacerlo con cualquier otro país; porque es, fundamentalmente, producto de un mercado que funciona en casi todas partes. Me parece que no hay que ser un ceñudo esencialista para reconocer que SloMo podría haber nacido también en, por ejemplo, Hong Kong. Terra, no.

Pensé que habíamos perdido un punto de partido (aunque fuera de un torneo muy modesto), cuando Rafa Nadal ganó el suyo. En un país que depende tanto de sus éxitos deportivos para ser un país, Nadal es –permítaseme la hipérbole humorística– como un redactor de la Constitución. No creo que tengamos muchas cosas que nos pongan a tantos de tantos colores distintos a gritar y a emocionarnos delante de la tele como él. Es verdad que no es como cuando gana un equipo, y también que ser español no puede ser solo eso, pero…
Las expresiones culturales de un país, la idiosincrasia de sus gentes, el modo de ser de sus representantes mejores, son también –al menos para el creyente– dones de un Dios que se expresa a través de pueblos diversos. Nadal, por un lado, es solo un jugador de tenis. Pero también percibimos que hay algo en él que trasciende lo deportivo, algo que nos gusta ver en alguien que ha nacido en Manacor. Si hubiera nacido en, por ejemplo, Sebastopol, seguramente nos tocaría y movería un poco menos.

Perdimos –creo– un partido, y ganamos otro. No andamos sobrados de ocasiones para gritar algo juntos. Elijamos mejor al jurado.

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