Esta semana nos presentaron a Pōwehi. Es el nombre con el que ha sido bautizado el primer agujero negro que se consigue fotografiar. Esto es un hito histórico, y por eso merece darle un nombre propio, más allá del genérico ‘agujero negro’ que tantos científicos consideran desafortunado. Aunque no siempre se les conoció así.
Cinco años antes de la Revolución Francesa, un sacerdote anglicano, que trabajó como científico durante toda su vida, fue el primero en proponer la idea de ‘estrellas oscuras’, basándose en las teorías de Newton. Una denominación bastante intuitiva para el concepto que pretendía transmitir: lo que se entendía por estrella (como el Sol), con la particularidad de que no emitía luz.
A principios del siglo pasado, se les asignó el nombre de ‘singularidades’, por ser los lugares donde no se podía definir la gravedad siguiendo las ecuaciones de Einstein. Algo especialmente característico. Un científico estadounidense hace unos 50 años les dio el nombre de ‘agujeros negros’. En esta ocasión la idea a transmitir era la de una región cuyo poder de gravitación absorbe todo lo que se acerca a ellas, incluida la luz.
Ahora tenemos Pōwehi, palabra perteneciente a la cultura hawaiana. ‘Pō’ quiere decir origen, causa, que es oscura y profunda, de hondura. El sufijo ‘wehi’ se refiere a un embellecimiento por un reconocimiento, como una distinción que engalana, adorna y hace más hermoso.
Este nombre se relaciona directamente con la imagen mostrada, en la que se observa un centro oscuro, como con un collar que lo adorna. Pero la profundidad, la hondura y la belleza real de la imagen van más allá de lo que a primera vista se reconoce en la fotografía. El agujero negro (pō) no se ve, sino que se revela, y es aquello que lo adorna (wehi) que lo revela. Porque ese wehi no podría estar ahí sin que el agujero estuviera.
Y eso es lo que Pōwehi nos enseña sobre Dios. De la misma manera no se ve, pero se revela gracias a aquello que no podría estar ahí sino es porque está Él.
Lo que embellece al agujero negro no es solo el gas a elevada temperatura que lo orbita y hace que veamos ese collar en la imagen. Y el reconocimiento que merece, no es solo el dar nombre a este hito.
Un grupo de personas ha sido capaz de fotografiar algo invisible, que se encuentra a una distancia inimaginable, colaborando en un equipo que de manea inmediata está formado por más de 200 científicos e ingenieros de unas 100 instituciones repartidas por todo el mundo. Han resuelto problemas técnicos con mucha creatividad, han trabajado de un modo integrador para conseguir un resultado mayor que la suma de las contribuciones. Todo ello nos ayuda a reconocer realmente el valor de esa imagen, descubrirle una nueva belleza.
Gracias a Dios, ha sido posible.