«Os aseguro que si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como un bosón de Higgs, diríais a esta energía: «conviértete en materia» y la energía os obedecería.» Miles de científicos movidos por esa fe llevan muchos años trabajando en el acelerador de partículas más grande del mundo para tratar de responder desde la ciencia a la pregunta que Leibniz miró de responder desde la filosofía: «¿por qué existe algo en vez de nada?»
Para ello nos hace falta el bosón de Higgs, la partícula que daría la clave para entender ese acto «creador». De ahí que se le haya denominado la «partícula de Dios», un calificativo cargado de sentido para todos aquellos que están dedicando una parte importante de su vida y de su talento a buscarlo con una fe que se está mostrando, literalmente, capaz de mover montañas. Ya quisiera para mí una fe parecida.
Cuando Dios lo creó todo no pensó que algún día nos interesaría tanto el cómo lo hizo, por eso en la Biblia parece tan fácil, verdad: las cosas aparecen de la nada al ser nombradas. Con eso está dicho lo esencial, cierto, pero eso no quita que nosotros queramos conocer el procedimiento físico que tuvo lugar, con tal seguir colaborando en nuestra medida a agradecer con más razón lo que no podemos más que admirar.