En el supermercado, en el trabajo, por la calle o al salir del gimnasio. En estos días festivos, nos encontramos inmersos en un constante intercambio de buenos deseos. Sin embargo, a veces percibimos cierto desapego a pronunciar la palabra «Navidad».

En una sociedad que cada vez da más importancia a exteriorizar cada aspecto mínimamente relevante de nuestra vida: nuestra forma de pensar, de vivir, de relacionarnos, de convivir con nuestra sexualidad o hasta nuestra salud mental… parece que la espiritualidad y la fe deben quedar relegadas al ámbito interno.

Y la pregunta es si buscamos una sociedad que quiere enterrar todo lo relacionado con lo trascendente o si aspiramos a una convivencia multicultural y multirreligiosa más plena, donde podamos expresar libremente lo que es significativo para cada uno. Una sociedad que facilita que un cristiano celebre plenamente la Navidad, un judío haga lo propio en Hanukkah o un musulmán comparta su experiencia de Ramadán.

Al felicitar la Navidad no impones nada, compartes desde lo más profundo de tu ser un deseo sincero de que el otro viva estos días con esperanza. Es un testimonio de luz, un proceso que busca transmitir un mensaje de plenitud hacia el exterior. De mi para ti: esto para mí es significativo y por eso lo comparto contigo.

Felicitar la Navidad es desear lo mejor. Es compartir una riqueza espiritual que emerge de tu corazón hacia el mundo. Sin imposiciones. Sólo con el anhelo de que cada uno pueda vivir días llenos de significado y esperanza.

Por eso te felicito la Navidad.

 

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