Esta pregunta es legítima. Y necesaria. Porque sí, porque hay muchas personas para quienes la Navidad resulta un dolor, una tristeza o solo desean que pase, cuanto antes mejor. Personas que, por alguna razón, atraviesan una mala racha (o para quienes la vida se ha convertido en una mala racha continua). Y la invitación a la felicidad de estos días, concretada en encuentros, comidas, brindis, regalos, visitas y demás, solo es un recordatorio de lo que tal vez añoran.

Esa es la gran paradoja de la Navidad. Que no la sienten como «feliz» justo quienes más motivos tendrían para ello. Porque la buena noticia, la razón de la alegría, la ocasión de júbilo navideña, no es el envoltorio que le hemos puesto. Es, más bien, lo marginal, lo invisible, lo que queda fuera de foco.

Navidad es buena noticia para los solitarios, porque Dios viene a decir que no estamos solos –aunque a veces lo creamos–. Navidad es buena noticia para los que tienen que lidiar con distintas formas de debilidad, porque Dios se hace frágil para mostrar una fuerza mucho mayor. Navidad es buena noticia para quienes se encuentran estos días con nada que dar y nada que recibir, porque Dios se vuelve regalo (en niño, palabra e historia), para todos nosotros. Y es buena noticia para quienes andan lidiando con algún conflicto profundo porque el primer mensaje que trae el Dios-con-nosotros es un mensaje de paz. No la paz facilona de quien evita los roces. Ni la paz cómoda de quien lo tiene todo. La paz conquistada en la tormenta, en la vida apasionada, en la convicción de que hay alguien que elige luchar a nuestro lado, codo con codo.

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