¡Qué intensos días los que nos esperan! Hay quien vive con ilusión desde que este tiempo comienza, y los hay que huyen despavoridos porque parece entristecerles estas fechas. Y en esta dicotomía de sentimientos contrapuesta, no sé muy bien si estar con quien a todas horas echa de menos al que ya no se encuentra, o si estoy con quien a voz en grito la celebra. ¡Qué tiempo de continuas y contradictorias emociones nos espera!
Y es que, amigos, la Navidad es fiesta y color; son luces, pascueros, música y sabor. Es el tiempo de ver a quien vuelve a casa como dice la canción de aquel famoso anuncio de un turrón. La Navidad son regalos, abrazos, y la ocasión para volver a hablar con alguien que nos hizo algo que ya se nos olvidó… La Navidad es zambomba, pandereta y algún tambor, después de una comilona tras otra, y alguna que otra indigestión. La Navidad es la búsqueda para el belén del pastorcillo que el año pasado se nos cayó; y también es el árbol, con sus bolas, los lazos y el espumillón. La Navidad es compartir con la familia que uno quiere, y con aquella que –mucho, lo que se dice mucho– no se lo mereció. La Navidad es la magia de los Reyes Magos, que haciendo malabares cada año, consiguen ser guardianes de la ilusión. La Navidad es sentir la presencia de quien ya marchó, y recordar cuánto lo seguimos queriendo, disimulando la tristeza de nuestro corazón.
Y también la Navidad es el silencio de quien no tiene nada porque todo lo perdió. Y es la confusión de quien sigue abandonado sin rumbo por las calles, entre tanto bullicio y tanta iluminación. Es la enfermedad que no tiene cura y que sabe que esta será su última celebración. Pero, sin embargo, la Navidad también es la mano tendida que ayuda, que protege, que mima y consuela ante tanta desolación. Y es la palabra que alienta cuando parece que no hay perdón. Y es el abrazo que calma la soledad, derrochando el más generoso e intenso amor.
Esto y mucho más, amigos, es la Navidad que vamos a vivir a nuestro alrededor. Pero creedme; todo, absolutamente todo tiene sentido si descubrimos lo mejor, si abrimos los ojos a su única razón, si entendemos cuál es la verdadera felicidad de nuestra celebración: porque en Navidad festejamos que está a punto de hacerse hombre el mismísimo Hijo de Dios.
Sí amigos, el nacimiento de Cristo es el del mayor y más grande mensaje de amor que con su vida nos enseña. Celebrar la Navidad es recordar que el regalo divino de la vida sigue siendo una fiesta. Una inmensa celebración a la que Cristo nos invita sin siquiera casi merecerla; porque no es lo mismo vivir que honrar la vida que cada día se estrena. Por eso, amigos, en este camino de la Navidad que hoy empieza, aprendamos a defender la alegría «como principio, como trinchera, como derecho y como bandera». Demos la bienvenida al amor que, al nacer cada Navidad, Cristo nos entrega.