Según informaba recientemente el diario Le Monde, el partido de Marine Le Pen se convierte en el preferido para los «jóvenes» franceses entre 24 y 35 años. Varios son los factores que pueden explicar un ascenso que cada vez es menos noticia: desde el hastío por la clase política hasta la desigualdad social que deja a muchos fuera del sistema, pasando por la crisis social, sanitaria y económica o, por qué no, la superficialidad intelectual de millones de personas y colectivos.
No obstante, más allá de los cálculos electorales y mirando el panorama y la Historia de Europa, debemos recordarnos que el populismo de izquierda y de derecha llama a la puerta cada vez con más fuerza, y más en tiempos revueltos. Poco o nada ayuda pensar que la democracia es algo estable, consistente o definitivo, pues conviene cuidarla y recrearla a través de cada generación, pues la degradación empieza poco a poco y cuesta mucho recuperar el espacio perdido. La agresividad, la violencia, la discriminación, la mentira y la falta de respeto a las normas, a las instituciones y a la vida nunca formarán parte del juego democrático, por mucho que nos vendan recetas fáciles.
Ya el papa Francisco (Fratelli Tutti, 160) alerta del peligro de desfigurar el concepto de pueblo, y la apropiación de su voluntad para fines partidistas. Y es que no es una cuestión de elegir entre derecha o izquierda como muchos nos hacen pensar. Quizás en esta época en la que algunos buscan sus referentes en totalitarismos del pasado conviene saber que la opción tiene que ser entre la democracia, la fraternidad y los derechos humanos antes que el enfrentamiento, los extremismos y todos aquellos que quieren colapsar el sistema, aunque sea desde dentro.