Como ocurrió otras veces en que el Barcelona y el Athletic de Bilbao han jugado la Copa del Rey, el momento del himno nacional se convirtió en una monumental pitada. Que en un país se pite así a su himno muestra, por un lado, la nada sorprendente falta de educación de una masa de aficionados, y por otro, la falta identificación de muchos ciudadanos con su Estado.

Reconozco que me cansa la sobredimensión que ha tomado el fútbol en los últimos años: fichajes de cifras obscenas, idolatría de sus estrellas, invasión de la parrilla televisiva, corrupción de sus dirigentes… Pero, nos guste o no, hay que reconocer que es el deporte rey. Que si vamos a un aldea perdida de la Nigeria más rural encontraremos camisetas de Messi; que muchos habitantes de China solo saben de España que ganó el mundial de Sudáfrica; que en el barrio más pobre de Tegucigalpa los niños pegan patadas a una bola de trapos con la esperanza de ganar un día la Champions League.

El fútbol refleja mucho de lo que una sociedad es. Los fichajes multimillonarios nos hablan de un sistema capitalista que ha perdido el norte y la humanidad; la corrupción de los dirigentes de la FIFA no envidia nada a la de nuestros políticos más cínicos; los zafios pitidos a un himno muestran la división de un país y su incapacidad para dialogar; y los sueños de los niños pobres de barrios de Dakar se tornarán en un viaje con riesgo mortal en patera buscando, no ya ganar la Champions, sino un poco de dignidad.

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