No sé si es porque me hago mayor o es porque recuerdo la eliminación del 94, la España que nunca pasaba de cuartos o los traumas futbolísticos de mi infancia, pero me ha impresionado ver la crónica de la no clasificación de Italia para el mundial de fútbol. Sé que es algo banal, que no merece la pena más que unos minutos en el Marca y típicos memes con amigos, pero a veces la realidad nos regala detalles que hablan de la grandeza del ser humano, aunque provengan de personajes inesperados.

Jamás había visto aplaudir a rabiar al himno rival mientras tus propios aficionados lo pitaban. Tampoco recuerdo a un jugador rogar a su entrenador no salir al campo por considerar que otro lo puede hacer mejor. Y no deja de cuestionarme cómo profesionales de talla mundial lloran por ser eliminados y decepcionar a todo un país y sorprende –muy gratamente– que estrellas que lo han ganado todo y son referentes para muchísima gente pidan perdón por no hacer las cosas bien.

Fútbol es fútbol, y no merece la pena darle más importancia. Pero ayuda descubrir destellos de humanidad en un espectáculo donde parece que solo vale la imagen, el éxito y el dinero. El deporte es más justo de lo que parece y el fútbol italiano no está en su mejor momento. Supongo que habrá una “crisis” nacional, correrán ríos de tinta y en unos años será una anécdota desagradable, sin embargo conviene recordar que no todo en la vida es triunfar y para ganar hay que fracasar primero.

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