En estos tiempos en los que todo vale, o todo “me” vale, aquí estoy yo, hablando sobre las piedras angulares de la vida. A ver qué digo ahora. Quién me mandará a mí…Pero una vez sentado delante del teclado, vamos allá. Tres piedras.
Primera piedra. Yo fui peregrino a Santiago, en unos tiempos en los que todavía no había tantos albergues y en los que era frecuente tener que dormir al raso en las cunetas del Camino Real Francés. No hace tanto, no creáis, pero las cosas cambian muy deprisa y los albergues y los peregrinos se multiplican como setas. Vivía en Santiago, entonces, en la zona vieja, justo al lado de la Catedral, y peregrinar allí era como volver a casa. Después de mi segunda peregrinación, sentado en uno de los bancos de la capilla de la Corticela, supe con absoluta certeza que toda la vida es un camino, y que para caminar lo mejor es llevar mochilas ligeras.
Segunda piedra. En Santiago trabajaba en el Proyecto Hombre. Recogíamos los últimos restos de los heroinómanos treintañeros que se habían enganchado en los primeros ochenta. Los que quedaban se acercaban al Proyecto como un último recurso, la mayoría más muertos que vivos. En verano, cuando hacía bueno, al salir de trabajar íbamos a sentarnos a la escalinata de la Quintana, por donde deambulaban también nuestros potenciales clientes. Una tarde, un toxicómano especialmente deteriorado daba vueltas por allí. Habíamos visto a muchos, deshechos como él, llegar al Proyecto y habíamos visto a muchos salir rehechos después de mucho trabajo por su parte y por la nuestra. Seguro que todos pensamos lo mismo pero sólo una de nosotros lo dijo en voz alta. “Hacemos milagros”, dijo. Tenía razón, los hacíamos. Aún hay gente que los hace, todos los días. Y es que por muy mala que sea la situación, por muy cerca que ronde la Muerte (y en aquella escalinata rondaba muy a sus anchas), la Vida siempre encuentra una grieta por la que abrirse paso.
Tercera piedra. La vida es un camino, de acuerdo, y por dura que sea la situación la Muerte nunca tiene la última palabra, de acuerdo también. Pero no caminamos solos. Nos encontramos con gente que nos acompaña durante algunas etapas, a la que acompañamos. Incluso nos encontramos con gente a la que nos gustaría acompañar todo el camino, cada etapa, desde el alba hasta el ocaso, gente por la que nos gustaría ser acompañados hasta Santiago y más allá, hasta el Finisterre, hasta el último lugar al que se puede ir acompañado.
Esa gente no nos pertenece, no está para confortarnos y vivir de acuerdo a nuestras necesidades o caprichos. Está para caminar su propio camino, y con suerte tendremos el privilegio de poder acompañarles. Ser generoso y leal con las gentes del camino, esforzarse junto a ellas, estar atento por si desfallecen, he aquí la tercera piedra. Y resulta que yo ahora camino con dos niñas de la mano, y que no camino solo, sino que otra persona me acompaña. No sé cuántas etapas tengo para enseñarles a mis niñas que hay que vivir con la mochila ligera, que hay que confiar siempre en la vida, que hay que ser leal y generoso, esforzado y atento. Haré lo que pueda. Cuando lleguemos a Finisterre ellas se volverán, como yo me volví un día dejando allí a mi padre. Se volverán para recorrer de nuevo su propio camino dejándome a mí allí, en aquellos acantilados.
Y yo entraré en el mar, precediéndolas, para prepararles un sitio en la Casa de Nuestro Padre, donde nos reencontraremos todos algún día para hablar del Camino.