Vivo en el mundo de los ‘enredos’: prisas, agobios, problemas y conflictos, miles de relaciones fugaces, ando cargado de trabajos, estudios y compromisos… tengo la sensación de que el mundo va una velocidad de vértigo que me supera. Me doy un respiro. Paro, me siento, y comienzo a tomar conciencia de mi propia confusión y caos. Se me van abriendo los ojos y me pregunto: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Hacia dónde voy? ¿Dónde me lleva este ritmo de vida? Y empiezo a despertar como de un sueño. De nuevo, surge el deseo de reorientar mi vida.

Y descubro que toda esta experiencia no es nueva, no es la primera vez que me pasa. Mi historia está llena de caídas y nuevos intentos. Pero no desespero. Porque es Él, ese Dios que siempre está ahí, quien me trata como un maestro de escuela trata a un niño: enseñándome. Y me enseña que mi vida es un camino: que cada caída, crisis, enredo es una oportunidad para vivir de forma más auténtica; que es Él quien sigue dando continuidad a mi historia; que es su pedagogía, a veces extraña, la que me convierte, desbloquea, ilusiona y me impulsa a seguir haciendo camino. Un camino que, al andarlo, me abre a nuevos horizontes. Un camino, mi camino… que quiero seguir aprendiendo…

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