Tarde de perros

Sinopsis

Película de atracos, en concreto, del robo y toma de rehenes de una sucursal bancaria de Brooklyn que sucedió en 1972, cuyo guion se escribió a partir de un artículo publicado en la revista "LIFE" titulado "The boys in the bank" (Los chicos en el banco). La película estuvo nominada a 6 Oscar y se llevó el galardón al mejor guion original. El cartel de la película al anunciarse decía: "El atraco tenía que haber durado diez minutos. Cuatro horas más tarde, el banco era un circo. Ocho horas más tarde era la emisión en directo más importante de la televisión. Doce horas más tarde era historia. Y todo es completamente real".

¿Por qué ver "Tarde de perros"?

A día de hoy es difícil que soltemos el móvil o no nos distraigamos cuando vemos cine. Esta es una de esas películas que te absorben y te meten tanto en la historia que llegas a sentir el calor sofocante que Sidney Lumet (director de la película) transmite en los fotogramas de dentro de la sucursal. «Tarde de perros» podrías decirlo tú de un día de insoportable canícula, pero lo cierto es que aquí, además de calor, hay tensión. Están armados, están nerviosos y todo puede salir mal. O bien.
Por Al Pacino y John Cazale. Los dos, elenco más que evidente de El Padrino (1972). El primero en plena efervescencia por su papel en aquella y el segundo, tal vez más rezagado, también de la familia de don Vito. Son el yin y el yang en la pantalla. La efervescencia y el miedo (como si no pudieran ser lo mismo). No perdáis de vista a Cazale: pocas veces alguien tan débil te puso tan nervioso.
La película juega mucho entre lo jocoso y lo dramático. Algo va a pasar, pero no sabes cuándo (y aquí vuelve la tensión). Y esto lo piensas mientras te ríes porque nada es lo suficientemente serio, pero «la broma» está yendo demasiado lejos.

Para pensar

Los ladrones quieren robar, pero no quieren hacer daño a nadie. Son malos, pero no tanto. Liberan rehenes (los que peor están) e, incluso, crean un vínculo con ellos. A veces parece que hasta no les preocupa estar encerrados porque, quitando el calor, no están tan mal como podrían estar secuestrados por otros ladrones. Uno, al ver la película, baja la guardia, simpatiza con Sonny (Pacino). Ojalá le salga bien, ojalá salga de esta. Y es que, al final, uno se decanta para un lado o para otro según desde dónde le estén contando el suceso. Imagina, por un momento, que todo eso lo vieses desde fuera. Ahí, solamente ahí, hubiésemos dicho: Ojalá les metan en la cárcel. Todos somos objetivos con la historia, hasta que nos la cuenta otra persona.
Tiene un papel especial la vanidad. Sonny contento por salir por la tele. La gente, en la calle, coreando su nombre. La gente le apoya, le vitorea, se siente el líder de una especie de revolución momentánea que durará incluso menos de lo que duró el atraco. El contexto social en esas imágenes tiene una importancia contundente, pero es lo de menos en una historia que, en algún momento, deja de parecer un atraco para convertirse en una reivindicación. La reivindicación de Sonny: perdonarles el delito cometido ayudándoles a cometerlo.
Es muy importante el personaje de Sal (John Cazale), absolutamente perturbador. Sabes que va a saltar, sabes que, en cualquier momento va a hacer algo que no quieres ver. Es una persona que no está bien, un fanático al que, parece, todo le está desbordando sin que se le note, salvo cuando la cámara apunta a su cara. Cada plano es una obra de arte cuando aparece Sal y te recuerda que eso no es una broma. Al final resulta ser el auténtico drama de la película. Es la imagen de la soledad y el vacío.

Por Clara de Juan Bañuelos