- Porque, en los tiempos que corren, cualquier homenaje a la lentitud merece ser tomado en consideración. Aunque nos cuesten mucho estas películas sin golpes, sin acción permanente, que nos obligan a ralentizar y casi nos incomodan con su aparente no pasar nada.
- Porque, en realidad, esa vida llena de rituales es, de alguna manera, la condición para vivir cada día como una novedad, con capacidad de asombro.
- Por la magnífica fotografía de la ciudad de Tokio. Por la música que cada mañana pone Hirayama en su coche. Por la interpretación de Kôji Yashuko, sobre todo en esos dificilísimos minutos finales, donde tantas emociones pasan por su rostro.
- Por la forma en que Wim Wenders convierte el silencio, la repetición y la música en personajes de la película.