Hay modalidades deportivas minoritarias que aun siendo poco conocidas atrapan la atención cuando coincides con ellas al poner la televisión. A mí me pasa al menos con la gimnasia y con el patinaje sobre hielo. Creo que en el fondo lo que me atrapa es la belleza del movimiento corporal, la invitación a soñarse en libertad en estos cuerpos atrapados.
En estos días Javier Fernández se ha proclamado por segunda vez campeón del mundo de patinaje a sus 24 años. Campeón del mundo a ritmo de Frank Sinatra, en una gesta histórica, con un ejercicio perfecto y en una disciplina totalmente marginal en España, pero que gracias a Javier consiguió ser trendic topic por unas horas en twitter y hacerse un hueco en la prensa deportiva.
Su gesta da para multitud de reflexiones. Desde la poca presencia en estos medios y más en un fin de semana de Barça-Madrid, a los pocos recursos con los que cuentan estas disciplinas, de las diversas masculinidades o de como crecerse ante las adversidades de la vida.
Y sin embargo, es en la libertad, en la invitación a soñar que nuestros cuerpos permiten donde quiero poner el foco. “Quiero que la gente me vea y se imagine su película”, decía super Javi, que así le llaman. El cuerpo, su capacidad de incitarnos a creer, a soñar, a ser libres es la gran invitación que nos hace todo lo deportivo, sin embargo, siento que es una asignatura pendiente en la espiritualidad misma. En la espiritualidad, por ejemplo, se nos invita a identificar las distintas emociones, pero muy pocas veces nos preguntamos ¿dónde la siento? ¿En qué parte de mi cuerpo? ¿Por qué ahí? ¿A qué me lleva?
De Javier Fernández sus entrenadores dicen que es “un bailarín sobre el hielo” y que su baza frente a su gran rival japonés es que es capaz de llegar al público, de conectar con él, de transmitir, de comunicar, de invitarles a soñar su película como decía él mismo.
Leía estos días en una entrevista una cita del filósofo Norbert Bilbeny “No comunicarse es fracasar” y en esto creo que Javier Fernández no fracasa. Comunica, comunica con todo su cuerpo, y quien no lo crea que pase y vea.