Es difícil separar deporte de otras muchas cosas. En nuestra sociedad mediática, los intereses económicos, las afinidades políticas o las algarabías mediáticas se superponen a menudo a lo que debería ser esencial  -y casi diría único-: la capacidad del ser humano para alcanzar nuevos hitos. El espíritu de superación. El talento de algunos, convertido poco menos que en arte. La capacidad de admirar esas habilidades ajenas. La necesaria aceptación de la derrota como la contrapartida de la victoria.

Pensemos, por un momento, en la capacidad de superación de los propios demonios y fantasmas, en  la perseverancia y la tenacidad de alguien que, como Nadal, sigue volviendo. Pensemos en la habilidad con que alguien como Javier Fernández consigue mezclar ejercicio y baile, y hace del talento belleza, al volar sobre la pista de hielo. Pensemos en la capacidad de un ídolo como Kobe Bryant para echarse a la espalda un equipo, y ser un líder que consigue que, con él, otros brillen. Y así, su despedida adquiere resonancias épicas. Pensemos cómo, a la hora de la muerte, se apagan polémicas y afinidades, se difumina lo más coyuntural y efímero, y se recuerda, sobre todo, la garra deportiva. Como ha ocurrido recientemente con Johann Cruyff. Superación, talento, equipo, memoria… El deporte es un eco y un reflejo de la vida.

Luego están las desproporciones asociadas al deporte. Los presupuestos millonarios. Los divismos. La desigual valoración de unos y otros deportes. El esfuerzo que han de hacer deportistas de disciplinas minoritarias para salir adelante. Y, cómo no, la desigualdad cuando comparamos deporte masculino y femenino. Es difícil encontrar, en esta mirada a las últimas semanas, nombres propios femeninos. No porque no los haya, sino porque no suele recaer sobre ellas el mismo foco. Muchos dirán que eso no es culpa de nadie, que es el interés y las audiencias lo que determina  el apoyo y la visibilidad, pero ¿no será también al revés? Que es el poco apoyo, el poco refuerzo, la poca cobertura, lo que hace que sea muy difícil que el deporte femenino sea tan de masas como el masculino.

Debería haber una igualdad básica en la vida. De oportunidades. De dignidad. De respeto. Y si el deporte es el reflejo de la vida, también. Hasta que no haya esclavo ni libre, judío ni gentil, hombre ni mujer.

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