Hace tiempo leí una frase que estaba en el vestuario del Betis. Decía: “Los campeones se hacen cuando nadie está mirando”.
En el deporte como en la vida espiritual la parte más importante es la que nadie ve, la que nadie escucha. Esa la parte silenciosa que sólo depende de tu voluntad y deseo y, donde también, las tentaciones aparecen con frecuencia y con fuerza.
La vida del creyente se sostiene en el tiempo por el esfuerzo y la fidelidad que se realiza en el interior de cada persona, cuando nadie mira, donde no hay “likes” ni recompensa social. En el deporte sucede lo mismo. Cualquier atleta (no hace falta que sea de alta competición) que salga a hacer deporte pasará mucho más tiempo trabajando sin nadie que lo mire, “sin público”, que con él.
El “MAGIS” ignaciano (que ya sabemos que es cualitativo y no cuantitativo), se forja en el silencio del entrenamiento interior. Ser mejor cristiano, mejor atleta o mejor persona, “se trabaja” en las cosas pequeñas del día a día, donde no hay competición, no medallas, ni grandes galas, sino solo la presencia y la gracia de Dios. Será en los tiempos de oración personal, de rezos y peticiones devocionales o de actos de amor y solidaridad con los que tenemos cerca donde se irán forjando los pilares de nuestra fe, así como en el silencio del gimnasio, la soledad de la carrera continua o el cuidado de la alimentación serán los pequeños entrenamientos que ayudarán al atleta a competir como desea dando lo mejor de él mismo.
En este mundo sobreexpuesto conviene recordar que “los campeones se hacen cuando nadie está mirando”.