Porque vivimos rodeados de conversaciones y estímulos que nos hablan de éxito y fortalezas, de logros y triunfos que celebrar. Salvo por las noticias de los medios, que solo ellos son catastrofistas, en nuestra cotidianidad, es poca la atención que dedicamos a los límites. Y no pienso en los que nos pueden marcan desde fuera, por mucho que seamos libres, sino en los que vienen de serie con cada uno de nosotros. Otros los llaman defectos, deficiencias, «otras capacidades»… podemos ponerle todos los eufemismos que queramos, pero sabéis a lo que me refiero.

Al final del curso me gustaría poder decir que puedo reírme de mis propios límites; porque le he dedicado tiempo a reconocerlos sin exhibicionismo ni fanatismos; porque los he compartido con Jesús y después, con mucha calma y miedo, he dejado que los mire y se ría del temor que les tengo; porque me he atrevido a ponerles nombre; y por último he sido capaz de reírme de ellos con mis compañeros y gente querida. Porque los éxitos que tengo son evidentes, y también las capacidades, sueños y deseos. Pero a los límites me da tanto miedo mirarlos que mi propósito es terminar riéndome de mis límites como lo hago de las demás cosas.

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