Ya estoy cansado de intentar hacer mi camino apoyado en mi propio esfuerzo como si todo dependiera de mí… agotado de pelear por construir mi edificio, cuanto más alto y bonito mejor… A veces he llegado a creer que es posible y cuando el viento está a favor me llego a creer que todo lo que tengo me lo merezco, me lo he ganado y es el justo precio a todo mi esfuerzo. Pero de vez en cuando, un revés, una situación inesperada, un simple comentario… me recuerdan lo frágil que es este edificio y los cimientos tan pequeños que tiene. Y es que, tengo que decirlo, soy un desastre.
Pero es que existe ese discurso de que la persona competente es aquella capaz de construirse a si misma independientemente del contexto, por encima de las dificultades y capaz de alcanzar sus objetivos cueste lo que cueste (versión light de “caiga quien caiga”, que suena mucho peor, pero apunta a lo mismo)
Estoy un poco cansado de ver en la universidad y primeros años laborales a gente que se desgasta sin ningún freno, puesto que “es lo que hay que hacer”, o es “el precio que hay que pagar” para poder ser alguien. Y no digo que no haya que trabajar duro, pero ¿no estamos pasando un poco el límite? ¿Cuánto hay de deseos de formarse y ser buenos profesionales y cuánto de competencia y ambición? Y es que luego, los mismos que antes íbamos a 150%, terminaremos pidiendo bajas por taquicardias, buscando pastillas para reducir el ritmo cardiaco, necesitando de curas anti-stress, o con desequilibrios emocionales que nos durarán por años. Y sin contar la gran decepción que supone admitir que nos han engañado, que nos vendieron la moto y que ese mito americano del “self made man” sólo funciona en las películas. Ojalá seamos capaces de tener claras las prioridades en la vida. Necesitamos trabajar para poder vivir, pero abandonarse a la dinámica de mercado puede tener terribles consecuencias en lo que podríamos llamar la “verdadera calidad de vida”. Y no estoy hablando de sueldos.
Pues yo quizá sea un anormal, pero cuanto mayor me hago más reconozco lo que necesito de los otros y lo poco que uno vale si me toman por separado. Así que casi me basta con intentar ser persona para los demás, honesto y coherente conmigo mismo, esté donde esté y haga lo que haga. Estoy convencido que no hay nada más sano que saberse débil y limitado. ¿No da una paz enorme el dejar de pelear contra esos fantasmas perfeccionistas y competitivos? Que sí, que no me avergüenzo… Quiero cambiar la competición por la compasión, rendirme en esta carrera y no querer ser más que los demás, sino más con los demás… y fíjate, estoy convencido de que antes o después todos hemos de decidir dónde nos colocamos. ¿Tú te rindes?