Estoy impresionado. Hace poco alguien me decía que para poder conseguir una meta te tienes que preparar. Evidente, ¿no? Por ejemplo, si quieres correr la maratón que hay en navidades en muchas ciudades, con mucho tiempo tienes que salir a correr cada día. Empezar con poquito, para poco a poco, ir aumentando el ritmo. Esto cada vez está más de moda y más gente se pone a ello. Y yo me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto cuidar la oración cada día si queremos conseguir la meta de disfrutar lo de Dios?

San Ignacio tiene una sugerencia en sus Ejercicios Espirituales que me hace pensar mucho. Solo podemos seguir aquello que amamos. Y solo amamos lo que conocemos. Pues bien, no hay que dudar. Si queremos seguir a Jesús y dar un espacio importante en nuestra vida a la fe, hay que cuidar la oración. Es el mejor método que conozco para conocer y amar a Jesús, el de Nazaret. Estar un rato al día con Él, dando espacio al silencio, al diálogo con la Palabra, a Dios.

Hay que cuidar los propósitos. No pueden ser muy elevados. Y mucho menos en esto de la oración. Cuando hablamos de cuidar la oración, estamos tratando de poner en juego: deseos, atención, agilidad, amor… en la ejecución del encuentro. No hay que complicarse la vida con grandes teorías sobre la oración. No es algo irrealizable y complejo. Es algo sencillo. Se trata de un encuentro, no como si uno se mirara a un espejo y solo viera su propio rostro. La oración es situarte delante de un amigo. ¿Y qué haces? Conversas comunicando tus cosas, lo de cada día, y como queriendo consejo en ellas, te dejas tocar por la Palabra que puede llegarte en una imagen, en un texto bíblico o en el simple silencio habitado por Dios.

No podemos desfallecer en esto. Tenemos que dar a la oración a lo largo del curso su propio espacio y su propio tiempo. Empezar poco a poco, para cada vez más, ir alcanzando el encuentro con Dios que queremos. No hay que poner el acento en el mucho o poco. Sino en el disfrutar y alegrarnos con Dios en nuestra oración personal. ¡Ánimo, tú puedes!

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