Vivo en un mundo cambiante. Hoy por la mañana salí de casa cubierto con un par de suéteres porque el clima era frío, pero el sol del mediodía me obligó a quitarme uno de ellos. También cargo mi paraguas, aunque no lo utilice, porque las nubes amenazan lluvia. Y un ligero viento en mi espalda me hace colocar de nuevo el suéter para evitar un resfrío. Y así como el clima, cambian muchas cosas: el tuit del presidente de un país genera especulaciones económicas, un jugador de fútbol es transferido a un equipo rival y ya no tarda en salir la última edición del último aparato celular.

Lo mismo pasa en mi interior. Mis sentimientos cambian, van y vienen. Algunos me habitan por más tiempo y otros son fugaces. Me entristece ver la situación de los migrantes en la ciudad en la que vivo, me alegra sumarme al trabajo de las personas que ayudan a estos peregrinos en albergues y parroquias. La carga académica de final de semestre me hace sentir irritado, pero el ir entregando los primeros ensayos a los profesores me devuelve la serenidad.

¿Qué me ayuda a mantenerme en mi centro en medio de estos cambios? Me ayuda recordar que Dios Padre me ama y su amor por mí no cambia aunque todo en torno a mí sea inestable. Independientemente de si yo estoy triste, irritado, alegre o sereno Dios Padre no cambia sus sentimientos por mí y siempre me quiere igual. La imagen que me ayuda a visualizarlo es la de un ancla. El ancla, al ser arrojada al mar y tocar sus profundidades, le da tranquilidad al barco y a su tripulación en medio del vaivén de las olas del mar. Estas se mueven, van y vienen como los conflictos en la realidad de nuestras sociedades y como nuestros sentimientos dentro de cada uno de nosotros. El mar en sus agitaciones mece al barco, pero este está tranquilo con la confianza de sentirse sostenido en el ancla.

La realidad que vivimos es como es y puede ser así, dinámica y conflictiva a veces; y otras tantas puede ser serena o jubilosa. Lo importante es estar anclados en el Padre, para desde Él entrar en esa realidad y hacer algo por ella, por las personas que lo necesitan y por nosotros mismos.

Esta es para mí la experiencia del Padre en este mundo cambiante ¿Habré expresado suficientemente mi experiencia de Dios en este texto? No lo sé… Solo lo comparto y me confío al Padre que seguramente está muy contento de verme feliz en lo que hago.

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