Seguramente, al leer que un grupo de activistas climáticos alemanes han rociado de pintura naranja siete árboles de Navidad, uno piense «otra vez».

Otra vez se han metido con lo que me gusta o con lo que creo. Otra vez han dado en el clavo. Otra vez se entiende el conflicto y la tensión como herramienta para concienciar. Otra vez han sabido llamar mi atención. ¿Otra vez? Son unos pesados. Otra vez es necesario actuar para detener la emisión de gases de efecto invernadero. Otra vez vuelven con la misma matraca de siempre. Otra vez son jóvenes. Otra vez solamente son jóvenes. Otra vez crispación. Otra vez no servirá de nada porque la gente está anestesiada. Otra vez me pedirán posicionarme. Otra vez me tengo que posicionar. Otra vez unos periódicos usan la noticia para criticar a los que se preocupan por lo que le está pasando a la creación de la que somos parte. Otra vez unos periódicos alaban la lucha del movimiento ecologista… Otra vez.

Y la verdad es que, a pesar de los matices que salpican nuestra cotidianidad, muchas veces nos da alergia intentar entender las demás realidades que se esconden tras las situaciones que se nos presentan como ansiosas de recibir nuestro juicio.

Y no se trata, precisamente, de huir del análisis crítico de la realidad. Se trata, más bien, de huir del sesgo de nuestros juicios recurrentes. Porque etiquetándolo todo se vive muy tranquilo. No hace falta pensar demasiado. Pero arriesgarse a poner en duda el propio prejuicio implica el trabajo de desmontar una seguridad para construir una hipótesis que puede ser cierta o no… y en la ambigüedad no sabemos movernos demasiado bien, porque desde la duda no se puede atacar a nada ni a nadie… ¿y qué sería de nuestra jornada sin podernos ir a dormir después de haber repartido algún que otro rejón?

 

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