Como ocurre con casi todo, el debate se come al diálogo, y el problema se convierte en causa de adhesiones y odios. Porque la verdad es que el cambio climático –y en este momento el calentamiento global– es uno de esos asuntos complejos, donde convergen –de algún modo difícil de precisar– la naturaleza y la acción humana. Hay quien dice que esto no es por nuestra culpa, que los cambios de temperatura son cíclicos y la historia de nuestro planeta ha visto calentamientos y glaciaciones mucho antes de que nosotros estuviéramos por aquí contaminando tierra, mar y aire. Hay quien, en cambio, muestra la incidencia de la actividad y el consumo en el mundo post-industrial como acelerador de un aumento de la temperatura que ya está siendo problemático y, en pocas décadas, amenaza catástrofes varias.

El problema es que la mayoría de personas no terminamos de dedicar al asunto el tiempo necesario para intentar comprender. Es más fácil opinar y alinearse, desde la protesta o la displicencia –que de todo hay–. Es más fácil dejar que todo se polarice, por ejemplo alrededor de una joven convertida en heroína para unos y juguete a punto de romperse para otros. Es más fácil etiquetar pronto esto como algo de derechas o de izquierdas y convertirlo en carne de política. Es más fácil acogerse a un carpe diem que, en esta cuestión, elige no pensar en lo que será el futuro del mundo que heredarán otras generaciones.

Personalmente, más allá de días simbólicos, que me parecen bien como llamada de atención, pero limitados en su alcance y a veces no sé si un poco como fuegos artificiales, necesitamos al menos recorrer dos caminos: por una parte, formación (que cada uno tendremos que buscar –y hay todo un mundo de publicaciones, conferencias, vídeos, donde poder sumergirnos para ir encontrando respuestas y aprendiendo a ser críticos–). Por otra, nuevas pautas de consumo (¿de qué sirve un día de huelga de consumo si nuestras pautas cotidianas son insostenibles para el planeta?); energía, alimentación, producción, gestión de residuos…

Quizás no estaría de más que todos los católicos leyésemos Laudato Si’ (y si la leímos en su momento, que la repasemos). Ciertamente, no es que eso baste, pero quizás nos ayudará a despertar.

«La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.» (LS, 111)

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