Inspirado en un dibujo de San Juan de la Cruz, Salvador Dalí pintó este cuadro en el que Jesús aparece representado desde arriba, sin clavos, heridas ni atributos de dolor. En Él quiso plasmar una imagen más alegórica que realista, al plasmar la belleza de la obra de Dios en el sacrificio pascual de Cristo, que se eleva precisamente sobre el lago donde arranca su ministerio y donde se aparece de nuevo a sus discípulos ya resucitado.
Este Crucificado impresiona a quien lo contempla puesto que, al no tener rostro, permite que se proyecte sobre Él la imagen que cada uno lleva del Señor. Dice el Salmo 26: «oigo en mi corazón, buscad mi rostro, tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro». Quizá en esta Semana Santa en la que veremos tantas imágenes del rostro del Señor, podamos buscarlo también en nuestro corazón.