El Evangelio de san Juan nos muestra una pincelada sobre una escena de la Pasión de Cristo, muy representada en el arte a lo largo de los siglos, pero de la que conocemos pocos detalles en la Sagrada Escritura: «Tomaron a Jesús y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado ‘de la Calavera’ (que en hebreo se dice Gólgota)». Será la tradición de la Iglesia, los ejercicios piadosos y de contemplación, unidos a las constantes peregrinaciones al Vía Crucis de Jerusalén, donde aparezca la materialización de las tres caídas de Jesús con la cruz a cuestas.
El Jueves Santo, por la mañana, recorre las calles de Fernán Núñez la imagen de Jesús Caído, obra del escultor local Francisco Bonilla. Los devotos van buscando en su recorrido el mejor punto para poder ver de cerca el rostro de Jesús, su mirada compasiva y misericordiosa. En ella encuentran la humanidad de un Dios que se hizo hombre para cargar con la cruz de sus hermanos y hacer posible su salvación.
En este misterio contemplamos a Jesús que ha caído, sustenta la cruz y apoya su mano sobre una piedra en el camino. Siguen resonando en él las humillaciones, golpes y burlas de los romanos, el desprecio de los fariseos, la petición de condena a muerte por los sumos sacerdotes, la sentencia de Pilato… Todo ello unido refleja el sufrimiento humano en Cristo. Si Jesús padeció tan cruel afrenta por nuestra redención, y se levantó para cumplir la voluntad del Padre, «¿por qué no puedo yo levantarme de mis caídas, coger mi cruz, y seguirle?», nos podemos preguntar.
Nuestras caídas no son solo físicas, incluso puede que sean las que en menor medida nos sucedan. Caemos en numerosos errores durante el día, no somos conscientes del poder que tienen nuestras palabras y obras en el prójimo. También caemos en la falta de caridad hacia nosotros mismos, cuando no cuidamos con amor el tesoro más preciado para Dios que es nuestro propio corazón. Caemos cuando nos creemos dueños de nuestra vida, que somos libres de elegir sin consecuencias.
Y cuando caemos, levantamos nuestra mirada a Jesús Caído, que se levanta para continuar y hacer cumplir la voluntad del Padre. Él avanza con el peso de la cruz, la que nos redime y nos salva, sobre la cual se encuentra el peso de todas nuestras caídas, faltas y pecados. Jesús nos mira y escucha nuestra oración, en un momento en el que nos hacemos más humanos contemplando su sufrimiento redentor, despojándonos de nuestras miserias y de la creencia de que somos todopoderosos.
Imagen: Jesús Caído, de Francisco Bonilla (Córdoba)