Una de las mejores aportaciones de Gregorio Fernández a la imaginería barroca fue la creación del modelo iconográfico de Cristo Yacente. Para ello, el escultor confesaba que había orado mucho y creo que el resultado de su obra así lo corrobora. Fernández talló a un Cristo cuyo cuerpo se encuentra literalmente destrozado, lleno de heridas, sangre y cardenales. Con los ojos y la boca entreabiertos, como símbolo de su muerte, pero también muchos entreven en ellos un símbolo de la espera de su resurrección.

Algunos miran a esta imagen y dicen que es demasiado sangrienta y centrada en la muerte. En este caso podríamos decir que los árboles les impiden ver el bosque, puesto que detrás de todas las heridas y de la sangre que cubre el cuerpo, se esconden dos mensajes fundamentales: el de que no hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos, y el de que la muerte de Cristo no es el final de su vida, sino la antesala de la resurrección.

En este sentido, recuerdo que cuando se produjo el atentado de las Ramblas de Barcelona, en agosto de 2017, me llegaron al móvil algunas imágenes de los cuerpos destrozados de las víctimas repartidos por el suelo. Las fotografías eran estremecedoras y descorazonadoras. Y, al verlas, enseguida me vino a la mente la imagen del Cristo Yacente. Porque, esta talla nos recuerda que Jesús sigue sufriendo en la carne de todos los que padecen las consecuencias de la violencia, la injusticia y la enfermedad. Pero a la vez, nos muestra que el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra en la historia. Puesto que nuestra vida se entiende desde la esperanza del Sábado Santo, la esperanza en la resurrección.

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