Se ha hecho viral en tan solo media hora. Si te lo cuentan, no lo crees. Si te lo enseñan, lo dudas. Si te lo hubieran dicho, te habría costado pensar que fuera verdad. Te sorprenderá cuando veas cómo ha cambiado.

Todas estas entradillas y otras similares abundan en las páginas que visitamos. Entre eso y la cantidad de contenidos generados para evadirse (bailes clónicos, cocineros malabaristas, caídas dolorosas, narcisos haciendo ejercicio), estamos enganchados. Anzuelos, anzuelos constantes destinados a pescarnos. Para que entremos en páginas donde en realidad no vamos a encontrar ningún contenido que merezca la pena, pero estaremos sometidos al bombardeo de la publicidad, el paso de las horas y la exaltación de los sentimientos. Y mientras perdemos el tiempo navegando por mares de banalidad, el mundo anda en otros atolladeros que nos pasan casi inadvertidos. Las noticias de una posible guerra duran lo que dura el interés de los medios (que por lo que parece ya no es tanto). Pero la posible guerra sigue ahí, aunque no hablemos de ella. La crisis energética, la degeneración de nuestra democracia, los dobles raseros, la pobreza creciente, los atropellos a la libertad, todo eso va quedando oculto tras capas de frivolidad. 

O tomamos las riendas de cómo utilizamos los medios, o estamos eligiendo la ceguera. Y es que aquí, una vez más, la sabiduría popular ya lo vio venir: No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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