No descubro la Luna ni me revelo como profetisa si digo que el uso del móvil en los jóvenes está siendo la génesis de una adicción sumamente fuerte que es motivo de noticias, estudios, tertulias y, por qué no decirlo, consultas psicológicas y psiquiátricas.
Como profesora soy testigo de los muchos problemas con que en la actualidad nos viene el alumnado. Crisis de ansiedad, depresión y otros problemas mentales parecen venir «de fase» en muchos de nuestros jóvenes. ¿Cómo el uso del móvil puede ser tan perjudicial?
Escuchaba yo el otro día un pódcast en el que se hablaban de determinados valores. De todos ellos, hoy me resuena dentro uno: la paciencia. Y me resuena porque creo que es la paciencia una de las grandes perjudicadas por el incremento del uso del móvil.
El móvil nos lo da todo hecho en cuestión de segundos. ¿No os pasa estar en una reunión, salir alguien con una duda e ir todos al móvil a solucionarla? Tener un móvil a mano hace que ni nos planteemos pensar. ¿Para qué? Sólo hay que pedir, y se nos dará.
Esto va comiéndose poco a poco la paciencia. Nuestros jóvenes se están acostumbrando a vivir sin esperas, sin transiciones lentas llenas de incertidumbres que te curten en la fortaleza, en la espera rumiante, en, por qué no decirlo, la esperanza, que solo se activa con el esfuerzo y la voluntad. No se está educando en la cultura del «horno»: dejar que las cosas reposen su tiempo, adquieran su forma y sabor, su textura, su punto idóneo.
Esa falta de paciencia lleva a muchas frustraciones. ¿Cuántas personas viven de su imagen en internet, del número de likes que reciben, de la respuesta inmediata a las distintas informaciones que generan? Si no hay éxito en el último post, se sube inmediatamente otro. No se deja «respirar» nada para que dé su fruto. Todo va en un quita y pon que acelera, «huracanea» todo nuestro interior, dejándolo tan devastado que se hace imposible sembrar en él la paciencia.
Tenemos una juventud nerviosa, sí. Pero, escribiendo estas palabras me doy cuenta de que también en mí se va mermando esa bendita paciencia. ¿Y a dónde iremos sin paciencia? Al descalabro.
El móvil nos come enteritos y no nos damos cuenta. O no queremos darnos cuenta. O es mejor no darse cuenta, no vaya a ser que tengamos que aprender a vivir de otra manera.