Toca estrenar agenda. Nueve meses en blanco para ir completando de trabajo, propósitos, responsabilidades, planes de ocio, visitas que se esperan o que se hacen, compromisos inevitables, vacaciones… Lo importante es llenar la agenda. Sacar el máximo rendimiento a cada día y no desaprovechar ningún minuto, porque la vida es un regalo y hay que exprimirla hasta el final. Además, no tener tiempo para nada es señal de éxito, de esfuerzo, de ser alguien importante, sin tiempo para perder.
¿No te cansa este discursito de inicio de curso? ¿En serio te lo crees? Seguimos pensando que no tener tiempo para nada es un buen síntoma. Sin embargo, a mí cada vez me preocupa más encontrarme con gente que es incapaz de encontrar tiempo para aburrirse. Hemos convertido el aburrimiento en signo de fracaso, de pereza, de ser unos vagos. Y a partir de ahí nos hemos dejado deslizar por la dinámica de acumular. Acumular compromisos, minutos, éxitos, planes. Acumular para tapar quizás una realidad que nos cuesta trabajo mirar de frente: no somos tan imprescindibles como creemos.
El mejor ejemplo de esto lo tenemos entre nuestros niños. Cada septiembre nos chirrían esos padres que los apuntan a teatro, saxofón, chino mandarín, dos grupos de tiempo libre -que suelen ser un oxímoron- y un equipo de lanzamiento de jabalina. Aunque nosotros caemos en lo mismo: gimnasio, idiomas, club de lectura, quedadas varias…
Si no te mueves no estás desperdiciando tu vida. O, dicho de otro modo, llenar la agenda no es síntoma más que de un seguro agotamiento. En definitiva, se trata de entrar en la dinámica de que el hacer es accesorio, complementario. Necesario, sí, pero no determinante. Y de esto solo nos podremos dar cuenta si nos damos tiempo. Tiempo en el que nos aburramos, en el que pensemos en todo o en nada tirados en el sofá, con el móvil lejos y en silencio. Olvidándonos de la productividad, el “carpe diem” y todos esos mensajes motivacionales que tienen una misma raíz: solo vales si haces algo.
En una sociedad que nos atiborra de estímulos, de haceres, de tareas para ayer, lo revolucionario es el descanso, el aburrimiento. Hay que reconocer que no se puede con todo ni con todos. Y que eso no nos hace más perezosos, más inútiles. Solo nos hace más humanos, más necesitados de ayuda. Más conscientes de que no somos superhéroes, ni falta que nos hace.