En la misma semana tuvimos dos noticias que, en principio, parecerían contradictorias: el nacimiento de la persona que nos ha hecho superar la barrera de los 8.000 millones de seres humanos en el planeta, y el aviso sobre la más baja tasa de natalidad en nuestro país de la serie histórica. Somos más humanos de los que nunca hemos sido a la vez sobre el planeta. Pero parece que, como en la lotería, a nosotros no nos toca.

Podíamos decir que tanto da. La humanidad crece y el planeta es grande. Que nuestro país pierda población no debería preocuparnos, porque en lo global, la ganamos. Esto, como bien te habrás dado cuenta, es una trampa estadística más. Otra lectura que nos puede surgir en el contraste de estas dos noticias es pensar que la noticia mala no es la baja tasa de natalidad, sino que seamos 8.000 millones, porque el planeta no da más de sí. Lo que no deja de ser verdad… pero sin seres humanos, ¿para qué cuidar el planeta?

Creo que la lectura creyente es entender que nos preocupe esta cuestión más o menos, lo cierto es que los niños, las niñas, siguen siendo el futuro. Y sin infancia, no hay futuro. Cuántas veces Jesús pone a un niño en el centro de las preocupaciones. A fin de cuentas, no dejan de ser los pequeños seres humanos que no tienen voz pública. Puede parecer un planteamiento radical, pero nuestra tarea fundamental como especia tiene que ser asegurar la siguiente generación. Su crecimiento y bienestar. No nuestro éxito, no nuestro progreso, el suyo, el de los siguientes. Con esto claro, se nos cambian algunos esquemas y discursos, claro.

Poner nuestro esfuerzo y nuestro horizonte en otros, en los pequeños habitantes, en los locos bajitos, no solo nos ahorrará, creo, pesimismos, sino que nos ayudará a entender que no vivimos para nosotros ni para alcanzar nuestro crecimiento, sino para que otros crezcan. Literalmente, en este caso. Sin este planteamiento base, poco valor tendrán nuestros proyectos, nuestros objetivos, nuestro desarrollo… sin relevo no nos servirá de nada.

Te puede interesar