Estos días ha surgido otra vez el problema de la baja natalidad en España, presentando un futuro –y un presente– cuanto menos desolador. Un fenómeno que de nuevo tiene poco y que urge abordar mucho más de lo que nuestra política cortoplacista se atreve a pronosticar. Al tiempo que presumimos de esperanza de vida fracasamos estrepitosamente en las cifras de hijos por mujer. Se trata de uno de los retos más serios que debemos afrontar, pero no solo por pura estadística o por quién pagará nuestras pensiones. Una comunidad sin infancia se convierte en un lugar triste que olvida una fragilidad imprescindible e ignora un modo de ver el mundo donde se entremezcla la ingenuidad con la ilusión siempre necesaria.

Son muchas las razones que nos sitúan en la cola de los países desarrollados, pero no todo es culpa de nuestros políticos –cuyas medidas podrían ser bastante mejorables–. Hay muchos países y sociedades que pasan por situaciones de mayor complejidad y no por ello se mueven en estos números. Quizás la causa es más profunda y pasa por un enfoque vital distinto. Tan sencillo como plantearnos si generamos o consumimos vida. Hay una diferencia radical entre plantearse una existencia para darla a los demás y ofrecer lo mejor que tenemos a los otros. O, por el contrario, una dinámica estéril que lleva al conformismo que no se complica la vida, a alimentar un ego insaciable de ocio, placer y éxito y a encerrarse en un ombligo que no deja mirar más allá. Ejemplos de ambas casos conocemos todos.

Hay personas que no tienen hijos y su vida es plenamente fecunda, porque son capaces de entregarse, de amar a los demás, de cuidar, de crear o de buscar el bien común. Sin embargo, otros tienen descendientes y no llegan a descubrir el privilegio que tienen de crear algo nuevo y lo viven como un lastre. Los grandes proyectos –desde una familia a una gran civilización– surgieron por personas que decidieron abandonar el conformismo para apostar generosamente por un proyecto mayor y dar gratis lo que gratis recibieron. Ojalá seamos capaces de esquivar miedos y excusas baratas y preguntarnos sinceramente si generamos o consumimos vida, porque así se crean las grandes historias y un futuro prometedor.

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